miércoles, 29 de junio de 2016

Del Brexit a la Sorpresa

El pasado jueves los británicos votaron en referéndum la permanencia o la salida de su país de la Unión Europea. La salida ganó por casi un millón de votos. Si se mira el porcentaje, la victoria del brexit parece mínima (51,9%  vs. 48,1%).  Así, la aparente inofensiva promesa electoral del premier David Cameron para contentar a parte de su electorado, acabar con las luchas internas de los tories y atraer a parte de los votantes del partido neo-fascista UKIP, se transformaba en una guerra política que ha dividido a la sociedad británica en dos bloques. Guerra política en la que el bloque del brexit liderado por Nigel Farage (UKIP) y Boris Johnson (Conservador) y formado por la UKIP, parte del partido conservador y también algunos miembros del laborista que realizó una campaña pasional y apasionada se impuso al bloque del bremain liderado principalmente por el primer ministro David Cameron (Conservador) y formado principalmente por los laboristas y los liberales con el apoyo de Obama y los países de la UE que realizó una campaña un tanto apática.

Así, lo que en principio se presentó como un inofensivo referéndum en el que la permanencia en la Unión estaba asegurada se transformó en un grave problema europeo y británico con la victoria de la salida.

martes, 17 de mayo de 2016

Ahora es siempre

La primavera hace brotar memorias y deseos que nos hacen recordar el tiempo pasado con la melancolía del otoño. A Alberto y a Pablo les ha sorprendido el mes de mayo tras estar cobijados durante todo el invierno meditando y probablemente tomándose algún que otro café juntos mientras conversaban. 

En uno de esos ratos seguro que uno u otro recordó aquel tiempo en el que los ciudadanos eran más libres y cuando por la capital no paseaba el Archiduque. Seguro que se preguntaron por sus raíces. Aquí los subyugados son los que antes gobernaban, dijo él. Aquí está la Justicia que perdió la venda, continuó. Aquí la balanza está desequilibrada y la espada sobre nuestras cabezas. No me gusta la Rojigualda, dijo el otro. Somos leones, libertos que deben volver al gorro frigio. Veo muchedumbres vagando en círculo, les hace falta un faro. No tienen luz, cuando la tengan irán en línea recta, todo recto, al frente, siempre al frente, progresando, haciendo camino al andar. Unidos podemos darles la luz que unos son incapaces de dar y que otros, directamente, no quieren ni dar.

En el cuarto de estar entró de repente la luz del sol. En silencio había pasado noviembre y volando diciembre, sin quererlo también enero (como cayendo por una cuesta), muy rápido febrero, marzo surcando el viento y abril lloviendo. Era mayo. Había pasado el tiempo pero Pablo y Alberto seguían en las mismas sillas de maderas pensando qué hacer, tenían las ideas ya desempolvadas, les faltaba sacarlas del alma y ponerlas en acción. Las ideas no brillan porque están siempre ocultas en los apartados rincones de la mente donde no absorben ninguna luz. Las acciones, por el contrario, resplandecen e irradian energía, modifican, cambian, transforman la naturaleza. Uno se asomó a la ventana: la muchedumbre sigue vagando en círculo, sigue sin haber faro. Aunque el sol es fulgurante, no tienen luz. El otro contestó: Unidos podemos darles la luz que unos son incapaces de dar (unos que, por cierto, se pegan entre ellos) y que otros, directamente, no quieren ni dar. Pues hagamos algo, respondió su compañero ¿Qué haremos mañana? ¿Qué haremos siempre? Porque todo tiempo es eternamente presente y siempre es ahora y mañana es hoy y ayer. Luchemos como siempre, por la única lucha, la lucha por recuperar lo perdido y encontrado y perdido una y otra vez. Comencemos de nuevo como terminamos porque lo que llamamos el comienzo es a menudo el fin y terminar es comenzar. El final es desde donde empezamos. Así que volvamos al comienzo o al final, a cuando los ciudadanos eran más libres y cuando por la capital no paseaba el Archiduque, cuando éramos un frente popular que venció y derrumbó un régimen putrefacto. La Historia es ahora.

Y desde el aquí y el ahora conquistemos y reconciliemos el pasado y el futuro.


sábado, 20 de febrero de 2016

De la política española

El politólogo José Ignacio Torreblanca hacía un buen análisis de la situación política española en su artículo Un Gobierno débil, ¡por fin! en El País: 

Parece difícil en la España de hoy negar a nadie el derecho a la pesadumbre. Unir la línea de puntos que va desde la crisis económica hasta el aumento de las desigualdades, pasando por el desafío soberanista y el aumento de la corrupción, no parece requerir mucha destreza. Si a eso añadimos los problemas de liderazgo político, democracia interna y renovación que aquejan a los partidos políticos, el panorama puede ser bastante desolador. Y si como colofón nos detenemos en el patético espectáculo de las consultas y negociaciones para formar Gobierno, un mundo al revés dominado por espantadas, órdagos, bloqueos y tacticismos, cualquier atisbo de optimismo se disiparía más que por completo.

La situación española, política y económica, verdaderamente deja mucho que desear. Y lo peor es que si una empeora la otra también lo hará, es la pescadilla que se muerde la cola, o salvamos ambas situaciones o no nos salvamos nosotros. En nuestra mente podríamos imaginar a la economía española como un funámbulo que está haciendo equilibrios en la cuerda floja mientras que la política aparecería representada por un elefante, un poco torpe, además, que desea también hacer equilibrios en la misma cuerda: parece arriesgado, pero es que la política, o mejor dicho, los políticos son muy osados. Sin embargo de la valentía a la temeridad hay un paso. Este espectáculo imaginario pero representativo, es como indica Torreblanca "el patético espectáculo de las consultas y negociaciones para formar Gobierno". Espectáculo, por cierto, del que los políticos no parecen darse cuenta, tal vez, por su egoísmo, que les lleva a buscar siempre lo mejor para ellos anteponiendo el beneficio propio al colectivo. Y este es un mal del que prácticamente no se libra ningún partido. 

miércoles, 27 de enero de 2016

¿Qué es la belleza? (II)

A partir de esta concepción estética kantiana ya podemos partir de una base más firme para definir la belleza. En primer lugar es necesario pensar en una belleza universal, para que esta no dependa de culturas o de modas, ni del gusto individual de cada uno. Solo así se puede establecer un concepto verdadero o por lo menos convencional de la belleza. Por otra parte la belleza no podrá depender estrictamente ni de los sentidos ni de la razón. Esto es porque si dependiese de los sentidos exclusivamente, cada uno tendríamos una imagen diferente de la misma y por lo tanto ya no sería universal, no existiría la belleza sino simples gustos y sería ridículo afirmar entonces que algo es bello por sí, porque como escribía Kant: “cuando damos una cosa por bella, exigimos de los demás el mismo sentimiento, no juzgamos solamente para nosotros, sino para todo el mundo, y hablamos de la belleza como si esta fuera una cualidad de las cosas” no una sensación personal. Y si dependiese de la razón tampoco la belleza sería universal porque la belleza es contemplación y no búsqueda del concepto último del objeto que puede no ser captado por todos los humanos o incluso puede que no exista.  Sin embargo a pesar de todo hay algo en la estética de Kant que me crea dudas y es que, si según él, lo bello es una complacencia desinteresada y libre, sin reposar en interés alguno, ni el de los sentidos, ni el de la razón, ni el de la fuerza de aprobación, ¿qué nos induce, entonces, a contemplar lo bello? Desde luego nadie puede imponernos su ideal de belleza. Debemos contemplar algo bello libremente y llegar nosotros mismos con un juicio “para todo el mundo” a concluir si es bello o no, por eso no es bello aquello que nos han inducido a creer y aceptar como tal, pues aunque en un principio no nos lo parezca acabaremos convenciéndonos a nosotros mismos de que debe de ser bello porque así nos lo han indicado. Pero si tampoco, como se ha explicado antes, los sentimientos y la razón nos guían, debe haber algo más allá que nos haga pararnos a contemplar la belleza. 

Tal vez ese algo sea la propia incomprensión de los objetos o los fenómenos, una especie de velo que los cubre causándonos una curiosidad ajena a los sentidos y a la razón y que se presenta como de la nada, como un destello, cuando contemplamos algo bello y que sin saber por qué da alas a nuestra imaginación. Claro que entonces el ente ha de ser agradable a los sentidos (o intangible) y con un concepto que sea imposible alcanzar (o que no exista) pero sobretodo el ente debe ser original, único, algo nunca visto. Lo bello tiene duende, un encanto misterioso e inefable. Y solo de esta manera la belleza permanece eternamente. De esta manera la “complacencia desinteresada” de Kant es la complacencia incomprensible. Solo así se explica la belleza de Dios para los creyentes o la belleza del universo para los científicos o la belleza de la realidad para la filosofía o la belleza de un poema de T. S. Eliot o de Lorca o la belleza de un cuento de Kafka o una novela de Gabriel García Márquez o un cuadro de Ingres o de Velázquez o la música de Stravinski o un edificio de Niemeyer o la belleza de un amor inalcanzable o de un amanecer en primavera.

¿Qué es la belleza? (I)

Aunque contestar a  la pregunta que da título a este ensayo pueda parecer simple, no lo es tanto; definir la belleza ha sido y es una importante cuestión desde los inicios de la filosofía, tanto es así que una parte de ella se dedica enteramente a estudiar la belleza y el arte: la estética. A lo largo de la historia han destacado principalmente dos posiciones respecto a la belleza opuestas entre sí: el OBJETIVISMO defiende que la belleza está en el objeto mismo, el principal teórico de esta corriente es Platón (s. IV a.C.) y el SUBJETIVISMO que alega que la belleza consiste en nuestra percepción al contemplar el objeto, el principal filósofo de esta corriente es Hume (s. XVIII). Aquí es donde surge el primer dilema ¿la belleza está en el objeto o depende de la sensación que nos provoca?

Hasta el s. XVIII la estética fue dominada prácticamente por la belleza objetiva heredada de la Grecia clásica y regida por unos estrictos cánones, lo bello es armónico, equilibrado y proporcional. La naturaleza es el paradigma de la belleza. Respecto a la belleza objetiva en el arte, destaca la primacía de la obra sobre el artista y la obra de arte como imitación de la naturaleza. Para Platón las cosas son bellas en sí mismas si imitan la Idea de Belleza, la cual es universal, eterna e inmutable. Sin embargo el problema del objetivismo estético es la búsqueda de un canon de belleza universal eterno e inmutable, lo que parece imposible ya que en cada cultura existe uno diferente y además  el paso del tiempo los va transformando: en la Venus de Milo y en la Venus de Willendorf el canon obviamente no es el mismo. Por tanto, seguimos sin saber como es la belleza verdadera…

A partir del s. XVIII se produce un giro de 180° en la idea de belleza. Aparece la belleza subjetiva, lo bello es emocionante, imaginativo, fantástico, libre. La belleza está en el alma del artista. Destaca la primacía del artista sobre la obra de arte y la obra de arte como creación de la naturaleza, de un universo “poético” paralelo: el arte por el arte. Un claro ejemplo de esta concepción de belleza es el romanticismo. Sin embargo esta idea de lo bello  también origina duda: ¿hasta qué punto depende del creador y del individuo que observa? Aparece la confusión entre arte y belleza, nadie en su sano juicio consideraría bella “La fuente” de Duchamp o la “Mierda de artista” de Manzoni, pero probablemente mucha gente las consideraría arte, entonces: ¿todo lo bello es arte? ¿todo el arte es bello en sí? Probablemente no. Desde el vanguardismo y Duchamp el arte ya no es considerado como expresión de belleza sino expresión de sentido. El arte es símbolo. Entonces si la belleza depende del artista y el arte no es expresión de la belleza, ¿no existe una contradicción? Por esto debemos diferenciar  belleza y arte, y volver a nuestro dilema original.