En 1843, cuando la iglesia, el convento y la huerta del Carmen fueron adquiridos por el alfareño Teodoro Ramírez tras la desamortización de Mendizábal, éste nuevo propietario empezó a hacer obras, quitando las tejas y destruyendo parte de la cúpula del templo. Estos hechos provocaron una reacción instintiva de los calagurritanos, que acudieron a defender su santuario y a increpar a los obreros (incluso un cura de la Catedral, Ignacio Herreros, fue procesado por insultar a los trabajadores que estaban desmantelando el tejado de la iglesia). Por su parte, el alcalde intercedió para que se suspendieran las obras. Curiosamente, en unas notas estudiadas por J. M. Maquirriain en el “Largo día de los Carmelitas Descalzos en Calahorra 1603-2003”, en las que probablemente se mezcla la historia y la leyenda, se cuenta que “los niños, oyendo en sus casas lamentarse a sus mayores por la demolición iniciada de la iglesia, al salir de la escuela, llenándose los bolsillos de piedras, bajaban al Carmen y las lanzaban con toda su fuerza contra los obreros, hasta tal punto que éstos se negaron a continuar el trabajo” (p. 114). Salvando las distancias, las “obras” que está realizando la Provincia de San Joaquín de Navarra contra una comunidad de su propia provincia han vuelto a provocar una reacción instintiva (y justificada) de muchos calagurritanos y también un pronunciamiento del Ayuntamiento, que se ofrece a “colaborar en una posible solución para evitar el abandono del convento”.
El lunes pasado el Carmen recuperaba una de las funciones históricas de origen medieval que desempeñaban algunas iglesias: la de servir de espacio para la celebración de la asamblea de todos los vecinos de un pueblo para tratar y debatir determinados asuntos sobre lo común, las cuales se hacían “ante iglesia”, a las puertas de las parroquias, en sus pórticos, soportales o atrios (de ahí que en Vizcaya a las entidades locales menores se las denomine “anteiglesias”). En este tipo de reuniones, en las que lo que está en juego es algo que afecta a una colectividad y en las que lo que se pone en juego son las más firmes convicciones de cada uno, lo más probable es que se eleve el tono de la voz, se aplauda a una intervención con la que se está de acuerdo, se proteste tras decirse algo con lo que no se concuerda, se genere cierto alboroto, etc. Y eso es lo que pasó en la reunión con el Padre Provincial Lázaro Iparraguirre del pasado lunes, en la cual varios asistentes profirieron palabras tan duras como aquellas piedras lanzadas por los niños. Pero, ¿acaso no se esperaba que ocurriera algo semejante si incluso hay disensiones entre los propios frailes?, ¿acaso no se esperaba que ocurriera algo semejante si se dijo que hay que reforzar otras comunidades siendo una de ellas la de Logroño?, ¿acaso no se esperaba que ocurriera algo semejante si se vino a dar un plazo de un año para encontrar soluciones a un hecho que parece consumado y a unos problemas económicos que no habían sido comunicados oficialmente hasta entonces? Menos mal que tras hablar de dificultades financieras el Padre Provincial no mencionó nada de la comunidad que la Provincia tiene en Montecarlo, porque puestos a disolver comunidades podrían haber optado por aquella (permítanme la demagogia).
Con todo, parece deducirse de las palabras del Padre Provincial, que el problema esencial (al margen de la falta de vocaciones) para la permanencia de la Orden de los PP. Carmelitas Descalzos en Calahorra es que ésta no cuenta con los recursos económicos suficientes para adaptar las instalaciones a las necesidades de frailes de avanzada edad y para rehabilitar algunas zonas deterioradas del convento. Por ello, ante la inacción aparente de los rectores de la Provincia de San Joaquín de Navarra, la diócesis de Calahorra debería intervenir y liderar la búsqueda de soluciones a este problema.