viernes, 25 de septiembre de 2020

Revista Reserva: ¿Adónde vamos ahora?

La pandemia de la COVID-19 está demostrando ser un «hecho social total», un fenómeno que pone en juego y visibiliza la totalidad de las dimensiones de lo social. En este sentido, el coronavirus ha recolocado en el tablero de la vida algunos elementos que la normalidad tiende a invisibilizar; en esta columna voy a señalar seis de ellos.

El primero es la «sociedad del riesgo» en la que vivimos, analizada por Ulrich Beck como una consecuencia de la globalización que deriva en problemas y amenazas (culturales, financieras, sociales, medioambientales, técnico-científicas, militares, sanitarias, criminales…) comunes que se complementan y acentúan mutuamente y que escapan al control individual de los estados. Y es que, la vulnerabilidad, la inseguridad, la inestabilidad y la conflictividad han sido y siguen siendo atributos del mundo occidental y de la especie humana, cuya supervivencia no es algo seguro y necesario y cuya existencia es, en sí misma, un milagro o, si se prefiere, una casualidad. 

El segundo elemento que se ha reorientado ha sido el poder (político y económico) de los Estados, el cual se ha reforzado a costa de la limitación de los derechos de los ciudadanos para preservar a la población de un contagio que hubiera provocado el colapso total del sistema sanitario y la multiplicación del número de fallecidos. 

El tercer elemento es el componente tecnocrático creciente en la democracia, esto es, el condicionamiento de las decisiones políticas del gobierno a los dictámenes de determinados expertos, considerándose la competencia técnica un criterio superior al de la ideología para gestionar eficazmente un problema. De esta forma, la tecnocracia implica una limitación de las responsabilidades que conlleva cualquier decisión política, pudiéndose atribuir parte de ella a un experto. En el caso de la presente crisis sanitaria, el conocimiento de los técnicos ha servido para reducir la incertidumbre en la acción política, pero a pesar de ello, ésta ha seguido siendo inmensa. Presumiblemente, cuando llegue la nueva normalidad, el gobierno y sus expertos deberán responder de sus responsabilidades ante el Parlamento y, si es preciso, ante los tribunales. 

El cuarto elemento que el coronavirus nos ha recordado es la falibilidad de la ciencia. «Las soluciones utópicas que nos ofrece la ciencia sólo son significativas para los que vendrán. La ciencia siempre llegará demasiado tarde para los humanos corrientes», escribía con acierto José Luis Villacañas en su artículo «Cuarentena mental» en El Levante-El Mercantil Valenciano (09/03/2020). Y es que, a pesar de las pretensiones de saber a prior de la ciencia, con el SARS-CoV-2 el mundo empírico ha sobrepasado a la biología, más humilde que la física-matemática, que no ha podido decir con altivez: «¡Esto ya lo conocemos, sabemos sus leyes!». 

El quinto elemento es la tentación paternalista del Estado, manifestada en el caso español en una normativización abusiva que obliga al ciudadano a leer el BOE mientras desayuna para saber qué es lo que puede hacer y lo que no cada día, una normativización que era válida en la gestión de la crisis, pero muy cuestionable durante la desescalada. «Ahora toca devolver responsabilidad a la ciudadanía para poder ya pasar de esta fase de reducción a la minoría de edad», es hora de que el gobierno nos dé «la oportunidad de comportarnos según nuestra conciencia y responsabilidad», como reclamaba Josep Ramoneda en su columna «Liberar a la ciudadanía», en El País (21/05/2020); porque un gobierno que desconfía de la capacidad de los ciudadanos para decidir por sí mismos está abocado a perder la confianza de sus gobernados. 

Con todo, esta cuarentena ha impuesto un alto en el camino, un parón radical en las labores cotidianas y programadas, constituyendo la condición de posibilidad de la realización de un interrogatorio exhaustivo de uno mismo a sí mismo que probablemente haya concluido con la pregunta «¿adónde vamos ahora?». No obstante, esta pregunta siempre estuvo latente en la normalidad previa a la pandemia, por ello, es el sexto elemento que el coronavirus ha desvelado y que quería mostrar aquí: la eterna incertidumbre ante el futuro.  


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