Parece difícil en la España de hoy negar a nadie el derecho a la pesadumbre. Unir la línea de puntos que va desde la crisis económica hasta el aumento de las desigualdades, pasando por el desafío soberanista y el aumento de la corrupción, no parece requerir mucha destreza. Si a eso añadimos los problemas de liderazgo político, democracia interna y renovación que aquejan a los partidos políticos, el panorama puede ser bastante desolador. Y si como colofón nos detenemos en el patético espectáculo de las consultas y negociaciones para formar Gobierno, un mundo al revés dominado por espantadas, órdagos, bloqueos y tacticismos, cualquier atisbo de optimismo se disiparía más que por completo.
La situación española, política y económica, verdaderamente deja mucho que desear. Y lo peor es que si una empeora la otra también lo hará, es la pescadilla que se muerde la cola, o salvamos ambas situaciones o no nos salvamos nosotros. En nuestra mente podríamos imaginar a la economía española como un funámbulo que está haciendo equilibrios en la cuerda floja mientras que la política aparecería representada por un elefante, un poco torpe, además, que desea también hacer equilibrios en la misma cuerda: parece arriesgado, pero es que la política, o mejor dicho, los políticos son muy osados. Sin embargo de la valentía a la temeridad hay un paso. Este espectáculo imaginario pero representativo, es como indica Torreblanca "el patético espectáculo de las consultas y negociaciones para formar Gobierno". Espectáculo, por cierto, del que los políticos no parecen darse cuenta, tal vez, por su egoísmo, que les lleva a buscar siempre lo mejor para ellos anteponiendo el beneficio propio al colectivo. Y este es un mal del que prácticamente no se libra ningún partido.